Un brindis, tres miradas
- Maria Mesa Rivera
- 9 ene 2017
- 2 Min. de lectura

Una copa… brindamos. Una mirada… disimulamos. –mucha gente nos observaba-
- Otra copa, me dijo
- Si no dejas de mirarme, respondí
Fue así como durante toda la noche no dejé de pensar por qué se me quedó esa mirada, y mientras intentaba que la gente no lo notara, volvía a buscar los mismos ojos, esos ojos que me encantaron después del segundo brindis.
La música, a todo volumen, resguarda las conversaciones y risas de las personas que sin darse cuenta están siendo participes de aquel juego de miradas que empezó con el sonido de dos copas.
Nos camuflamos entre la multitud y siguiendo uno al otro salimos desapercibidos, con la intensión de encontrarnos en un lugar, donde no solo miráramos nuestros ojos sino también observáramos minuciosamente todo lo que queríamos conocer del otro.
Ninguno pronunció palabra, nuestras miradas eran dueñas del momento y ellas sin ayuda de nada podían entenderse perfectamente. Nos acercamos sin prisa pero con miedo, como si besarnos fuera un pecado y tocarnos nos condenara.
Todavía no se escuchaba la voz de ninguno, ahora la respiración y los suspiros hacían el papel de palabras, mientras que las caricias y los besos demostraban los deseos o pensamientos reprimidos que ambos teníamos.
Llevábamos largo rato afuera, hacía frío. Me abrazó… Lo besé, tomó mi mano… Lo besé, me acarició… Lo besé, lo hale hacia adentro, indicándole que regresáramos… Me besó, me besó, me besó. No sé por cuanto rato más lo hizo, me perdí en él.
Ya estábamos adentro de nuevo, nadie notó la ausencia, comencé a bailar como si no hubiera parado en toda la noche. La música trataba de hacerme olvidar lo que había pasado y las conversaciones con mis amigas hacían que pensara en algo distinto, pero cuando lograba borrar por instantes su mirada llegaba él para que brindáramos de nuevo.
El sonido que provocaban esas dos copas al chocar era particular, se escuchaba diferente, todo parecía indicar que quería volver al juego, que deseaba encontrar de nuevo mis ojos en los suyos y sabía que la estrategia correcta estuvo después del segundo brindis.
Me dio miedo el tercer brindis, pero lo hice, choqué la copa con la suya y dejé mi mirada ahí, donde a él más le gusta, fija en sus ojos y después de unos segundos con un guiño acabé la segunda partida del juego.
No quería que acabara esa noche, me estaba gustando lo que pasaba, quería conocerlo más, quería mirarle más, quería hablarle más, pero no solo después de un brindis y con unas cuantas copas. No. Yo quería que el juego acabara pero nuestras miradas, besos y caricias siguieran sin reglas, sin tapujos sin un fin…
Pero… no hubo porque más brindar, se acabaron los tragos, apagaron la música y no había conversaciones ni personas que camuflaran lo que estábamos haciendo. Así que se cumplió lo que quería, se acabó el juego pero no sus besos, no sus miradas, ni tampoco sus caricias.
No tuvimos reglas, ni tapujos, pero si un fin. Nada lo ató y como aquel día entre copas, brindis y miradas encontró alguien más con quien jugar.
Tomé mi copa brindamos juntos, ya no sonaba igual, ya no era igual. Mis ojos seguían en los suyos, mientras él miraba los de ella.
Odio tanto el primer brindis como el último. En ninguno, dejó de mirarlo como idiota.
Comments