Sin pelos en la lengua se le llama prostituta
- Sara Pineda Nicholls
- 15 feb 2017
- 2 Min. de lectura

8:00 a.m., Paulina, mujer de 24 años, se levanta como todas las mañanas a despachar a sus hijos a la escuela. Chocolate con pan es lo único que les puede ofrecer a sus pequeños. Otro día más del calendario, 24 horas que se repiten dándole continuidad a sus días sin sentido.
Con el corazón amarrado y sus ojos azules cubiertos de lágrimas lleva a sus tres hijos a la escuelita del barrio del 20 de julio, en la ciudad de Medellín. Con gran desolación en el alma emprende su día, así, sin más; sin tiempo que corra, se convierte en Lucero.
30.000 pesos le pagan por tres horas de su servicio –tiempo en que al hombre se le es permitido cometer cualquier obscenidad con la dama, sin ninguna supervisión.- Es allí, en un cuartico de mala muerte, como le llaman en el barrio, donde empieza su horario laboral. No es la prostituta que se vende por dinero, es una mujer que por los rechazos sociales y falta de oportunidades -negadas en su propia cara- optó por llevar una doble vida y cargar con su dignidad destrozada, muriendo a diario de una honda tristeza y una profunda soledad; cada vez más evidenciada en el parpadeo de sus afligidos ojos.
“Esa,” como todos la llaman a diario se acuesta con más de 50 hombres, “esa” que todo el mundo mira con desprecio, aquella que para nadie fue importante, logra mantener a sus tres hijos con lo mínimamente necesario. “Esa,” mujer a la que nadie apoyó cuando buscó ayuda ahora labora según su estilo de vida, un estilo que el mundo le impuso porque nadie le ofreció oportunidades.
Lucero, una morena de baja estatura, carga en su espalda con el arma más poderosa que utiliza la humanidad, el prejuicio. Palabra dueña y señora de cada acto que ella realiza, término que la condena a diario frente a la sociedad, pero aun así sin importar nada ni nadie continua desempeñando sus labores, porque allá en la otra cara de la ciudad, como muchos lo nombran, no se trata de vivir sino de sobrevivir. Sí, en ese lugar, en ese barrio donde cada día puede más la necesidad que la cordura y la compostura.
Nadie sabe lo de nadie pero todos juzgan lo de todos, porque es ahí en la realidad de otro donde se evidencian las grandes falencias humanas que actualmente se comparten. Quizás para muchos fue más fácil juzgar a Lucero sin saber su realidad y sin darse cuenta que a la larga, sus propios fracasos podrían tener una fuerte semejanza con los de la persona a la que ellos tanto acusan y desnudan a diario con sus palabras, esa mujer que sin pelos en la lengua se le llama prostituta.
Hablar de prostitución -en este caso- no es hablar de dinero ni de ambición, es simplemente hablar de necesidad. Esa necesidad que obliga a Lucero a pararse cada día y cada noche en una esquina de su barrio para tratar de conseguir clientela, logrando que sus hijos puedan comer como lo necesitan y no acostarse como muchas otras veces,con el estómago vacío .
10:00 p.m. una vez más sale Lucero a las calles de Medellín, dejando a sus hijos, esperando que esta vez el tiempo corra a su favor.
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